Confesiones de un invierno jodido.
Va por vosotras, chicas.
Ojos como melones, la nariz como
una sandia, parezco una huerta en garantía. Un dolor en el pecho que me clava a
la silla y los ojos llorando como si fuera una letanía. La cabeza me da vueltas
y no centro las expectativas, me arrugo como una pasa y cuando llega la descarga,
noto una sensación extraña… me acabo de mear en las bragas.
Arrastro mi organismo por el
pasillo, llamo al médico escandalizada y el tío me suelta entre risas que de
esta no me muero que solo es una mala gripa.
Que si siento que la vejiga va
por libre, me compre Indasec en la farmacia, que a ciertas edades y paridas, es
lógico que en un estornudo te pongas perdida.
Yo con cara de flipada retrocedo
lo andado y acabo en la ducha, donde sin previo aviso me llega otra de las
mías, menos mal que corre el agua y esta vez tengo salida.
Me visto como puedo y voy a por
el encargo, que el buen doctor entre risas, me ha recetado.
Espero que me despache una mujer
entendida, que de hombres con caras de guasa ya estoy un poco hartita…
A todo esto mientras hago cola y
espero rezando todo lo que puedo para que no venga otro evento, entra María,
con los ojos y la nariz igualita que la mía.
- ¿Tu también tienes la gripe?
- Si, hija… pero vengo a por otra
cosa porque como siga así me asilan. Me estoy haciendo vieja y creo que tengo
perdidas de orina.
- ¿Tu también te meas encima?
- Me acaba de decir el medico que
es colateral al estado en que me encuentro, eso sí, espero que tenga razón,
porque como no la tenga me veo con pañales de algodón.
Y diciendo esta frase noto un
picor en la nariz… ¡ay, la leche que llega otro y yo aquí!
Cierro las piernas de golpe como
si me fueran a violar, me agarro a una estantería para forzar más y ahí que
llega el estornudo y siento en mi pelvis todos los músculos actuar… me quedo
quieta a ver que pasa y esta vez lo he conseguido, estoy seca, sin mancha.
Cuando levanto la cabeza todos me
miran sin igual, entre sonrisas de sorna. Un señor muy amable me dice: Jesús la
amparé y le doy las gracias con una mueca agradable.
Me acerco al mostrador y pido sin
pudor….
- Déme Indasec y una barrita de
mentol.
La mujer (porque es mujer) me
mira y sin juicios me pone delante un paquete rosa pastel, donde una chica
sonriente dice que además de suave y segura, ni huele, ni hace rozaduras…
¡La madre que me parió que vida
más chunga! No tengo suficiente con mantener el consciente que encima me tengo
que encargar de no mojarme hasta el alma en cada descarga.
En fin, que cojo mi compra, me
despido de María, que por cierto ha comprado lo mismo que yo, y hago los
quinientos metros lisos con un ahogo incipiente porque mis pulmones están
calientes de mocos y bacilos impertinentes; pero prefiero morir de asfixia y
con dignidad que no mojada y con las piernas cerradas en plena calle central.
Llego a casa. Dejo la compra y
salgo zumbando a por una aspirina, me duelen hasta la cejas, eso sin contar que
tengo la boca sin saliva a causa de la corrida. Me tiran los labios, no me
siento las piernas y para colmo de males tengo que hacer la cena…los ojos
siguen llorando, la nariz gotea, el pecho me estalla, las manos me tiemblan, no
tengo gusto ni olfato y me tengo que inventar la ingesta. Mis hijas claman la
comida, la tele está puesta, necesito paz y silencio y no tengo reservas…pero
lo peor de todo es que me siento pequeña, desamparada, sola y fea. Esto de ser
mujer tiene poca gracia y menos recompensa… para la próxima me pido ser hombre,
que además de no mearse encima, se ahorran la depilación, la cocina, limpiar la
casa y poner la mesa.
*Rocío Pérez Crespo*